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Creencias en torno a ser fuerte que pueden contribuir a la Ansiedad y la Depresión

Ansiedad y Depresión

“Si tu compasión no te incluye a ti mismo es incompleta” BUDA.

Todavía sentimos culpa cuando nos elegimos antes que a los demás; no quiero decir que saciar tus caprichos más superfluos y banales deba ser tu prioridad; quiero decir que vivimos en una sociedad que aplaude el “sacrificio” y la “renuncia” como una forma legítima de amor por el otro; lo que promueve una especie de victimismo malsano que muy posiblemente contribuye al auge de la depresión y la ansiedad hoy en día.

Hace unos días escuche a alguna persona por redes sociales decir algo que me pareció valiosísimo: Esta mujer decía que las mujeres no podemos seguir aceptando y por supuesto promoviendo la idea de que ser una mujer fuerte es equivalente a la capacidad de soportar mucho dolor.

Es absolutamente cierto; uno de los arquetipos (roles aceptados de forma universal, que son muy antiguos en nuestra cultura y que por ello están profundamente instalados en la mente colectiva humana) que puede evidenciar lo anterior es el de la “madre”; en términos simplistas una forma de denominar al ser de la misma especie del cual provenimos físicamente, y eso aplica para todos los animales e incluso las plantas, o por lo menos así lo vemos desde nuestra posición perceptual y comprensiva.

Es bastante común pensar o referirse a la madre como el ser que se “sacrifica” y lo “da todo, sin reservarse nada a cambio” por sus hijos; negándose hasta incluso lo primordial por el bienestar de su descendencia. NO quiero polemizar al respecto; nada más real y puro que el amor de una madre, y permítanme saltarme en esta ocasión las excepciones. Lo interesante de todo esto es que uno de los valores más reconocidos del rol materno es el sacrificio; que lo definiría en términos muy escuetos, de la siguiente manera: La capacidad de estar mal, para que otros estén bien.

Comprendo que lo anterior esté relacionado con la supervivencia de la especie; los nuevos individuos son quienes perpetuarán un modelo genético y existe una fuerte disposición instintiva de las madres, en cualquier especie, para proteger a quienes prometen un futuro para la estirpe.

Pero qué ocurre cuando esto salta de lo biológico a lo cultural en la especie humana? Es decir, que ser madre represente entrar en un modo permanente, o frecuente en el mejor de los casos, de auto negación del placer, el deseo, las necesidades individuales, por privilegiar lo anterior en los hijos, esposo, familia etc? Y cuando se extiende de lo materno a lo femenino en su sentido más amplio? Por qué se nos asocia como mujeres con la fuerza por el hecho de aguantar malestar y fatiga permanente; o dolor físico o emocional; o los dos? He escuchado en pasillos de hospitales decir que una mujer era muy fuerte porque “… Soportó una larga y penosa enfermedad…”; o porque “aguantó muchos años al lado de una pareja maltratadora”; o porque “sobrevivió durante mucho tiempo a condiciones de pobreza extrema”. La lista de ejemplos es interminable. Parece ser que ser “fuerte” y “buena” en una sociedad tan ambigua y bizarra supone dar todo de ti hasta que el caldero se resquebraje.

Mi reflexión es la siguiente: Puede ser que la aparición de síndromes como el de Fatiga Crónica, esté influenciada por creencias compartidas en el ambiente social? La respuesta es un rotundo sí.

Pensando en esos códigos tan fuertemente arraigados, me pregunto en qué parte de nuestra escala de valores ha quedado nuestra tranquilidad, nuestro derecho al gozo, al descanso, al auto – cuidado; y por qué cuando nos permitimos estas vivencias en muchas ocasiones sentimos culpa en vez de liberación y alivio; esto es algo que me encuentro frecuencia en el ámbito de la terapia psicológica.

Lo cierto es que no puedes amar si no has aprendido a amarte; así sea hoy en día un cliché hablar de amor propio y ser mujer. El amor es un recurso renovable que se auto – genera y se re – genera; si te amas no se te va a acabar la reserva para los demás; por el contrario, si damos de lo que tenemos representará un triunfo, una victoria; quiere decir que sembramos en nuestro interior algo que germinó, creció y dio frutos en abundancia; de los cuáles nos nutrimos y, en virtud de ese hábito de alimentación constante, logramos llenar el “granero” de amor para dar de comer a todos. Por otro lado, dar forzadamente de lo que nos hemos negado es una derrota; porque significa que no nos damos el valor suficiente para ser objetos en primer lugar de nuestra invaluable capacidad de amar.

No le des tanto crédito a la culpa, proviene de una educación distorsionada y poco objetiva. En cambio, te propongo que escribas tus propios códigos, y que te procures tanto amor y tanta felicidad – reales – como te sea posible. Aprende también a desafiar lo establecido; de vez en cuando sírvete el primer pedazo del pastel, o el más grande; cómprate algo bonito, sin caer en la tentación de “emparejar” la cuenta comprando algo a tus hijos, esposo o padres; qué se yo. Apártate amorosamente y busca el silencio sanador cuando lo necesites.

Quizás al comienzo tener estas conductas contigo misma no sea fácil; pero puedes comenzar haciéndote una promesa: No dejes tus necesidades más importantes al final de la lista. Y me refiero a las cosas que te hacen estar en paz contigo mismo y el mundo que te rodea.

Puede parecerte egoísmo, pero no lo es. Es la rebeldía propia de quien se quiere, o más bien, de quien quiere quererse más y mejor. Créeme: el mundo necesita más mujeres rebeldes que cambien los viejos paradigmas limitantes. Porque tú? … Bueno, porque tu no? Otras mujeres nos observan.

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